A finales del siglo XV, la ciudad de Iznik, la antigua Nicea, situada
al nordeste de Turquía, se convirtió en el centro cerámico turco por
excelencia dedicado a la producción de servicios de mesa de lujo y de
azulejos para la ornamentación de palacios, mezquitas y mausoleos.
Naturalista y exuberante
No fue hasta los años 1520-1566, coincidiendo con el sultanato de
Solimán el Magnífico, que sus alfareros empezaron a desarrollar su
propia personalidad cultivando una ornamentación naturalista exuberante,
cuyo cromatismo fue enriqueciéndose a medida que transcurrían las
décadas.
A partir de 1570, la cerámica de Iznik se comercializó con éxito en
el mercado europeo y marcó tendencias entre las producciones de Padua y
Venecia (Italia) y de Nevers (Francia). La riqueza cromática de las
vajillas otomanas despertó el interés de familias pudientes de Italia,
Francia, Alemania, Austria e Inglaterra, que encargaron sus servicios de
mesa a los alfareros turcos.
Llegan los tulipanes
Paralelamente a la cerámica de Iznik, el botánico Charles de l’Écluse
(Clusius) recibió de Estambul los primeros bulbos de tulipanes, que
plantó en el jardín imperial de Viena y en el jardín botánico de Leiden,
creando en Europa la tulipomanía, es decir, la moda de su coleccionismo
de diferentes especies y colores, que a su vez provocó la primera
burbuja económica registrada en la historia.
Retratar las flores de los jardines botánicos se puso de moda, tal y
como se puede apreciar en la pintura de naturalezas muertas del Siglo de
Oro español y también en la cerámica europea. De hecho, las
producciones cerámicas de Barcelona de finales del siglo XVII y del
XVIII, decoradas con jarrones y cestos de flores, recuerdan a las
naturalezas muertas florales de los pintores flamencos y españoles.