Leyendo me reencuentro con el "locus amoenus".
Reproduzco aquí lo que leo allí:
Vista della costa di Amalfi dai Cappuccini Carl Frederic Aagaard |
Se trata de un bello y umbrío paraje compuesto por una serie de elementos esenciales: un prado o lugar recogido, con árboles y demás vegetación, con un arroyo o una fuente, normalmente bañado por una refrescante brisa estival, el sonido de los pájaros y la presencia de las flores, pintando el cuadro con su diversificado cromatismo y enriqueciendo el entorno con su aroma.
Los primeros ejemplos de ‘locus amoenus’ podemos encontrarlos en poetas clásicos como Horacio, Virgilio o Teócrito, que encuadraban las escenas pastoriles de su poesía bucólica en parajes compuestos por los elementos anteriormente descritos. Muy pronto este tipo de descripciones se desvincularon del contexto bucólico, dejando de ser simples paisajes donde se enmarcaban diversas escenas para convertirse en objeto de pinturas retorizantes. Un ejemplo de este tipo de descripciones podemos encontrarlo en los siguientes versos de Petronio (cap. CXXXI):
Mobilis aestiuas platanus diffuderat umbras et bacis redimita Daphne tremulaeque cupressus
et circum tonsae trepidanti uertice pinus.
Has inter ludebat aquis errantibus ammis
spumeus, et querulo uexebat rore lapillos.
dignus amore locus: testis siluestris aëdon
atque urbana Procne, qua circum gramina fusae
et molles uiolas cantu sua rura colebant.
El movedizo plátano su sombra estival extendía, y el laurel coronado de bayas, y el ciprésA través de Petrarca este concepto llegó a los poetas medievales y renacentistas, que lo hicieron suyo y lo introdujeron como elemento esencial de su quehacer lírico; entre ellos, Garcilaso de la Vega (¿quién si no?), que describe varios ‘loci amoeni’ en sus famosas églogas. El siguiente ejemplo pertenece a la Égloga II (versos 64-76):
tembloroso, y los pinos bien cortados y de trémula copa.
Allí jugaba entre espumas un errabundo riachuelo,
que con sus ondas quejumbrosas los guijarros hería.
Lugar hecho para amar: díganlo el ruiseñor de las selvas
y la urbana golondrina, que revolando entre césped
y tersas violetas, llenaban el lugar con su canto.
Convida a un dulce sueño aquel manso rüidoEl concepto ha evolucionado a lo largo del tiempo, siendo adaptado a sus necesidades por poetas de diferentes épocas. Así muchos autores, como Fray Luis de León, vincularon el ‘locus amoenus’ con el Edén, mientras que otros, como Gonzalo de Berceo, se acercaron a esta idea no como una simple evocación, sino desde el concepto de “paraíso perdido”. Asimismo podemos encontrar otro tipo de uso en William Shakespeare, que situaba el ‘locus amoenus’ como un espacio alejado de la ciudad, donde sus personajes podían dar rienda suelta a sus pasiones eróticas, alejados de los hipócritas ojos censuradores de la sociedad establecida. Los ejemplos más claros están en ‘Sueño de una noche de verano’ y ‘Tito Andrónico’, pero también aparece en ‘Hamlet’ o ‘Julio César’.
del agua que la clara fuente envía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido,
hinchen el aire de dulce armonía.
Háceles compañía,
a la sombra volando
y entre varios olores
gustando tiernas flores,
la solícita abeja susurrando;
los árboles, el viento
al sueño ayudan con su movimiento.
‘Locus amoenus’ es un concepto muy flexible, con ciertas características imprescindibles pero perfectamente adaptables al gusto y la intención del poeta. Por ejemplo, durante el Romanticismo se le añadió un carácter más salvaje, convirtiéndose en lugares más sombríos, más duros, menos bucólicos y más asilvestrados. Posteriormente, el ‘locus amoenus’ se introdujo en el mundo urbano y los bosques se convirtieron en jardines y los ríos en fuentes de piedra. Ya en el siglo XX, Antonio Machado creó un magnífico ‘locus amoenus’ en uno de los poemas de ‘Soledades’, conocido por su primer verso, El limonero lánguido suspende. En él acude a uno de los conceptos que acabamos de comentar, pero en este caso el “paraíso perdido” no es otro que la infancia:
El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro…
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan…
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera."